Las cosas cambian, sí, pero de mis mayores, grandes alpinistas y amantes de la naturaleza, aprendí que el montañismo en general es escuela de responsabilidad. Me enseñaron a sortear el peligro sin asumir riesgos innecesarios. Tomando las debidas medidas de seguridad y educando el sentido común, se podía disfrutar de la obra de Dios y acercarse a su lenguaje más bello y profundo. Así, finalmente, el montañismo se convirtió para mí, y para muchos otros montañeros de mi generación, en escuela de LIBERTAD. Dios quiso que no sufriéramos jamás ningún accidente grave, porque nosotros poníamos los medios y el Padre a sus ángeles para cuidarnos (tenemos en nuestro propio pueblo el ejemplo de que el montañismo es un ejercicio de libertad y responsabilidad: el Himalayista Carlos Soria, ¡81 años y aún está luchando por conquistar los dos últimos ochomiles!).

Desde muy pequeño practiqué la acampada libre, el esquí de montaña, la escalada, la espeleología… y supe que en la vida merece la pena arriesgarse por una elevada meta. Entonces creía que era conquistar las altas cumbres, esquiar a toda velocidad por el hielo de laderas vírgenes o bajar a las entrañas de la tierra…  pero finalmente, y casi sin darme cuenta, había sido el propio lenguaje de Dios el que había ido calando en mis venas: su belleza extraordinaria, su silencio infinito, su amor, su misericordia hacia nosotros reflejada en cada una de sus obras, especialmente más grande cuanto más pequeño el objeto de su creación…  Ninguna otra intimidad hay más profunda que la que encuentras con Dios en su propia Obra. Porque la naturaleza es como la ciencia, de la cual decía Louis Pasteur: “Un poco de ciencia aleja de Dios, pero mucha ciencia te devuelve a Él”. Sí amigos, nunca es tarde para ninguno de nosotros si sabemos volver con silencio y recogimiento a la montaña.

Me lo ha recordado hoy el obispo auxiliar, D. Santos Montoya: la vida es riesgo y si lo evitamos por miedo, por el riesgo a fracasar o a ser heridos, estamos desperdiciando nuestros talentos. Hemos sido creados para el Paraíso, cada una de nuestras células del cuerpo lo sabe y nos “gritan” que asumamos riesgos para alcanzarlo. El escultismo, amigos, es escuela de libertad y responsabilidad, enseña a los chicos a enfrentar los riesgos de la vida con las herramientas adecuadas. Tenemos una gran responsabilidad, pues en manos de los monitores está aplicar bien el método y hacer del escultismo la mejor escuela.

En un primer encuentro la cercanía y el cariño se pueden fingir o impostar, pero la verdadera humildad no. Así es como, D. Santos Montoya se ha acercado al Grupo Scout San Miguel Arcángel y nos ha acompañado por unas horas en nuestro -a veces- fatigoso camino. Así, también es como hemos sentido el verdadero afecto y la cercanía de la “curia” de la iglesia, sucesores de los apóstoles, representados por el obispo auxiliar de Madrid. Tanto quienes hemos tenido la suerte  de experimentar antes esta cercanía real como quienes aún no la habían experimentado, hemos hallado en el obispo auxiliar la Palabra subversiva y a la vez amable, conciliadora y pacificadora de Jesús. Prueba de ello es que tras marcharse ha quedado en nosotros ese  “ardor en el corazón” parecido al que sentían los discípulos de Emaús de vuelta a Jerusalén (es decir: al peligro de la persecución que se había desatado contra ellos) tras haber hecho la jornada anterior un tramo del camino con el “encontradizo”: Jesús mismo, cuyas palabras de vida incendian el alma y nos recuerdan que estamos hechos a medida del paraíso. Así que sí, D. Santos Montoya, no sólo nos ha recordado que debemos asumir los riesgos de ser libres, también nos ha dejado con ganas de volver a vernos y de profundizar en la amistad con Jesús.

Desde aquí le mandamos un afectuoso abrazo y nuestro más cariñoso y sincero agradecimiento.